Juegos de maldad

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A las once de la noche de un lluvioso jueves de finales de enero Sofía Valle, juez de guardia, recibe la llamada de la cabo Anna Milà de los Mossos d’Esquadra. Una mujer que ha sacado a pasear el perro por una urbanización en las afueras de Taulera, a treinta kilómetros de Barcelona, se ha topado con un niño herido en el cuello por arma blanca en un camino forestal. Sangraba, estaba entumecido de frío y apenas podía hablar, pero poco antes de que llegase la ambulancia había susurrado unas palabras confusas: «Estrellas», «Me ha cortado» y «Ella». Es el colofón a una jornada que, para Sofía, no ha resultado nada fácil. Ha tenido en la sala al hombre que, desde hace tiempo, lleva de cabeza a la Policía Nacional de Barcelona y al juzgado de Taulera, donde ella trabaja. Marcos de Sola mueve los hilos de una banda de narcotraficantes cada vez más importante desde la comodidad de su celda en la cárcel y nadie puede probarlo. Él lo sabe y se permite cosas como la de esa mañana: amenazar a la juez veladamente. Durante veintidós días Sofía Valle tendrá sobre su mesa, además de todas las diligencias de rutina, estos dos casos prioritarios