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Jean Valjean ha llegado a París con su hija adoptiva Cosette. La ciudad hierve de ideas revolucionarias y luchas intestinas; armas, rifles y pistolas contra la opresión. Aunque Valjean intuye que el triunfo de la congruencia personal, la bondad y la piedad, de la perseverancia y del amor, van más allá del fuego de as barricadas, el grito que se escucha es real y necesario. Es el grito de los oprimidos, y de los condenados al infieno de la pobreza más extrema. Es el poderoso e indignado grito de los miserables.
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